Festividad y tradición |
Es costumbre recordar, a partir del mediodía del 1 de noviembre hasta el mediodía del 2, la festividad de Todos Santos y del Día de los Difuntos. Un día especial, dedicado a compartir con el alma de familiares que murieron. Algo que transita en el mundo de lo sobrenatural, de la fe, de lo esotérico y por tanto, difícil de creer y entender. Pero allí está, celebrado y respetado por mucha gente. Cuentan que se empieza con un juego con piedras redondas y que según una vieja costumbre andina, se invita a todos los familiares y amigos a participar de ese juego; que se visita alguna casa y que allí todos comen algún plato tradicional. Hay muchos, pero generalmente se impone aquel que fuera del gusto del alma homenajeada (ver recetas tradicionales). Tras el almuerzo se empieza con el armado de una supuesta tumba, también conocida como altar o mesa. En ella se colocan una serie de símbolos hechos de pan y en esa simbología es fácil encontrar un sol, una luna, la cruz, una escalera, etc, etc. También se utilizan flores, frutos en flor, cañas, juguetes, escaleras o voladores sujetados a hilos (por donde las almas desciendan y asciendan al mundo de los vivos). No hay elemento sin significado, no se utiliza nada que no sirva para explicar el camino al mundo del más allá, aquel que está en el espacio. En el cielo. Según la tradición, en días previos a la fiesta, los mercados de las ciudades y del campo ofrecen ferias, en aimara se dice jacha ala ó althapi. En esas ferias hay abundancia de harina blanca y amarilla, de masitas y panes con figuras ántropo y zoomorfas junto a suspiros, alimento preparado en base a huevos de gallina y con todo ello, el tuquru, que es la parte floral de los arreglos. Las almas permanecen el el mundo de los vivos por 24 horas, ellas deben ser homenajeadas y para saber si se sienten cómodas también hay una herramienta ideada por la tradición: la vela encendida. Si el cebo comienza a chorrear es una mala señal, se dice que el alma está triste. En cambio si arde normalmente, el alma esta alegre y contagia su bienestar a sus deudos. A las doce horas del día 2, se apagan las velas para no retrasar su retorno al más allá, ya que, dicen, las puertas se cierran a esa hora. Las almas se van, los deudos quedan luego de haber combinado, por algunos días, como en todas las festividades pagano-religiosas, creencias nativas con la religión católica. Una simbiosis que data de la época colonial. |
Altares que servirán de posada a las almas.
No existe una receta para armar una mesa para los difuntos pero si fuera necesario hacer una definición, esta bien sería que es el elemento central, el altar familiar en el que se recibe el alma del ser querido. Es por ello que en la mesa se colocará el nombre, la fotografía, algún recuerdo y varias cosas que el alma homenajeada pudiera reconocer y por las que podrá sentirse a gusto en este paseo efímero por el mundo de los vivos, de tan sólo de 24 horas.
La preparación de las llamadas mesas o tumbas, es todo un acontecimiento. Al mediodía del 1 de noviembre, esta tumba debe estar preparada para la llegada del espíritu del difunto. "Las leyendas cuentan que hubo quienes escucharon hablar a las almas en un lenguaje extraño y comieron y bebieron todo lo que estaba preparado en sus tumbas", comenta Filomena Gutierrez, una antigua seguidora de las tradiciones aimaras.
Los principales elementos utilizados para armar estas mesas son panes, comidas, fruta y bebidas, pero también hay otros detallados a continuación:
Tantawawas, que son los niños de pan, para recordar la pureza de los espíritus.
Escaleras de pan, para facilitar la subida al cielo de los espíritus.
Cebollas en flor, para que el difunto lleve agua en su viaje.
Caballitos y juguetes, cuando los espíritus son niños, para que se distraigan
Retamas en los floreros, para ahuyentar a los espíritus enemigos.
Un vaso con agua bendita, para rociar la ropa del difunto.
Coca, cigarros, vino y refrescos, para que el espíritu se sienta satisfecho.
El plato de comida favorito del difunto.
Masas de todo tipo, en especial galletas, maicillos, biscochuelos, empanadas, suspiros, yemas y panes en general, en formas de caballos, peces, escaleras y alas.
Caña de azúcar, para que sirva de bastón a los espíritus.
Los extraños mundos o niveles andinos
Los floreros, las velas y la cruz o imagen de Jesucristo estarán colocados en el nivel superior de la tumba, que simboliza el cielo. Este nivel se llama Alaxpacha (el mundo de arriba). En el está el Padre Sol y todas las estrellas. Para los aimaras, las estrellas son macho y hembra, los hombres nacen con una estrella, cuando ésta cae, el hombre también cae y su alma sube junto al sol.
"Cuando nos referimos a nuestras deidades, decimos: Pacha-p’usaqa, Pachaqamasi, Pachamama, Pachakuti, Uywir, Achachila, porque ellos son los que nos dan la vida, son como nuestra madre. Alaxpacha no es algo separado. Todo es uno solo, como nuestro cuerpo que cuenta con manos, pies y cabeza. Todos se ayudan mutuamente para ser algo. Todo lo que tenemos es para todos", comenta.
En el nivel intermedio e inferior de las tumbas, se colocan los demás elementos. Estos niveles son dos y simbolizan: el Akapacha (este mundo), es todo lo que nos rodea, todo lo que podemos palpar y tocar: el sembradío, el cuidado de los animales, la vida en pareja, la vida en la tierra. Es como una madre que nos cría y nos cuida, está representada en el alimento, el agua, es la Pachamama.
Y el Manqhapacha (el mundo de abajo que no es malo). Adiferencia de los cristianos, los aimaras opinan que sólo hay que proceder con respeto y permiso. Todo debe hacerse con educación y justicia. Ahora bien, exi
sten hombres con dones sobrenaturales señalados físicamente, a los cuales no se les puede hacer sufrir, porque son elegido y muy queridos de nuestro padre. Si los hacemos sufrir nos puede pasar cualquier desgracia. Hacer sufrir, el robo, la mentira, la flojera, lo injusto, es manqhapacha, que no es lo mismo que el mal al que se refiere los cristianos.
La tumba debe permanecer extendida hasta el mediodía siguiente, hora en la que la familia del difunto solicitará a una persona ajena que recoja la mesa, quedándose con la mitad de todo cuanto ella contenía. El resto será llevado hasta el cementerio, donde se repartirá entre quienes rezan por sus difuntos. No debe sobrar nada, en lo absoluto, pues de hacerlo, según la cultura andina, las penas se quedan en la familia.
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