El padre había plantado el arbolito el mismo día en que nació su hijo; y niño y árbol crecían juntos y se amaban con ternura. El niño lo cuidaba con esmero y lo consideraba como hermano.
Un día, el arbolito empezó a marchitarse y sus hojas perdieron brillo. El niño se puso muy trist, y para ver si conseguía curarlo, arrancaba dolorosamente cada una de las hojas amarillentas y regaba sus pies con cariño y con cuidado.
Una tarde, el sufriente arbolito se dobló ante su amigo y le dijo con voz dolorida:
El mal que me devora está en mis raíces: si tú pudieras curarla, recobraría mis fuerzas.
El niño se puso a cavar en la base del tronco y descubrió un nido de gusanos devorando sus raíces.
"Ten siempre en fondo de tu corazón la raíz del amor; de esta raíz, no pueden surgir más que cosas buenas".
(Santo Tomás de Aquino)
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